Cristóbal Peláez, director de Matacandelas, 40 años de trayectoria

Es 31 de octubre y hay teatro en Medellín. Alguien le da la orden al actor de que desconecte la luz. En ese momento ingresa al escenario el celador a quien se le dispara el arma, accidentalmente, e impacta con una bala la pierna del artista. El actor cae al suelo y es auxiliado por un médico que está entre el público.

La escena no hace parte de una obra de teatro. Fue un hecho real que ocurrió al termino de una función de Matacandelas, compañía de Medellín, homenajeada por el Festival Internacional de Teatro de Manizales, en su edición 41, por cumplir 40 años haciendo teatro.

La trágica anécdota la cuenta Cristóbal Peláez González, su fundador y director. «Estábamos cerca de la Clínica Las Américas y gracias a que nuestra obra era vista por un médico se socorrió rápido al compañero. Nos dijeron que estuvo a minutos de morir porque la bala por poco toca la femoral».

Mantenerse cuatro décadas en las tablas no es sencillo, pero Matacandelas lo ha logrado y es de los grupos teatrales más importantes del país. LA PATRIA habló con Cristóbal para conocer esos comienzos y lo nuevo que preparan para mediados de noviembre de este año.

– ¿Cómo fueron esos inicios 40 años atrás?

En esos comienzos en Medellín el teatro era considerado como un pasatiempo, un hobby, una goma. Se practicaba porque habíamos recibido herencias por un lado del naciente teatro universitario que venía de los años 60, un movimiento fundacional del teatro colombiano que se transforma en lo que se debió llamar el nuevo teatro, que lo integraban grupos como La Candelaria, el Teatro La Mama, el Teatro Libre y el Teatro Experimental. Pero la herencia que nosotros recibimos en Medellín era básicamente de una práctica del teatro escolar que venía de la mano de la llamada Galería dramática salesiana. No había escuelas de formación, no existía entonces la Escuela de Teatro de la Universidad de Antioquia y no se pensaba el teatro como profesión. Era un ejercicio de algunos grupos influenciados por aspectos revolucionarios y políticos para hacer un teatro de reflexión y crítica social.

-Pensar en profesionalizarse…

Éramos un grupo juvenil, vocacional y durante siete años lo practicamos así. En esos siete años nos encontramos con que había que desaparecer o crecer. Crecer significaba profesionalizarnos, es decir, no solo vivir para hacer teatro, sino también vivir de él. La dedicación exclusiva tuvo algunos traumas grandes dentro del grupo, tanto que de 16 personas terminamos ocho, y estos recomenzamos esa etapa que, diría incluso, no ha terminado porque esto es un oficio del que es muy difícil vivir. Durante esos 33 años que siguieron la pelea ha sido que el oficio no mate la pasión.

-Sede propia y 8 mil representaciones

Adquirimos una sede en el centro de la ciudad, veníamos de Envigado, y empezamos un trabajo de mucha investigación. Primero un grupo muy itinerante. Íbamos a municipios, a escuelas, a canchas de fútbol, casas, cafeterías, patios de colegio y, como dije en alguna ocasión, de pronto nos cansamos y nos fatigamos de tanta amígdala averiada, de tanta garganta rota, de grito en la calle y decidimos hacer un trabajo de investigación y asumir la profesionalización. Esa ha sido la historia con un repertorio de 60 obras montadas en estos 40 años y ocho mil representaciones teatrales entre nacionales e internacionales. Tenemos una gran cobertura nacional, pero internacional no mucha, porque es difícil establecer esos vínculos. Hemos logrado recalar en alrededor de 12 países y nos sentimos contentos porque somos un grupo querido nacionalmente.

-La experiencia los llevó a ser proclamados Patrimonio Cultural de Medellín ¿qué significó eso para ustedes?

Fue un reconocimiento, pero lo digo sin ambages y es que queríamos que eso también supusiera un impulso, estímulos, apoyos que nunca se dieron, fue un reconocimiento oficial que también nos ha ayudado a abrir ciertas puertas y, sobre todo, a liberarnos un poco de esa carga policíaca que existía sobre el teatro, que tuvo una época en la que tenía mucha persecución porque siempre nos estaban relacionado con grupos ilegales y ese reconocimiento era como impermeabilizarnos un poco.

–Cómo ve el teatro ahora. Existen academias, se crean compañías, pero son pocas las que se mantienen y las que crean.

Se dice que en Colombia realmente hay dos grupos, La Candelaria y Matacandelas. Nosotros somos como dicen por ahí una especie de dinosaurios. Las épocas cambian y cogen modelos de producción. Estos últimos si los miras en Europa o en Estados Unidos son modelos de compañía, siempre a partir de un capital, y ese capital trata de que sea una inversión, obtener su recuperación y consecuente ganancias. Hay gente muy profesional y muy poco tiempo porque time is money, como dice el dicho. Entonces los aspectos de preproducción y producción son muy amplios, y nosotros somos grupos de montajes muy lentos, porque el teatro sigue siendo una artesanía en la base. Hay mucho de conocimiento, de destreza, de experiencia, de atrevimiento, de laboratorio, de pesquisa. Esto no existe en Europa donde hay grandes montajes o en Estados Unidos, pero van a la segura en inversión. Ya existe el teatro como profesión y todos quieren hacerlo. Creo que el teatro llama la atención porque es una forma del ser humano de hacerse más visible, de expresarse y en medio de este contexto de la industrialización del arte, el teatro se ha convertido en una pequeña industria.

–¿Cuál es esa obra consentida?

Eso es como preguntarle a la mamá cuál de los hijos le gusta más (risas). Creo que diré mejor cuáles son las que el público pide y dentro de ellas hay dos: Angelitos empantanados y O marinheiro. Además, tenemos varias obras que son de culto, es decir, que la gente religiosamente las pide y esas puestas en escena son La chica que quería ser Dios, Angelitos empantanados, O marinheiro, La caída de la casa Usher y agregaría Los ciegos, de Maurice Maeterlinck.

–¿Qué preparan para lo que resta del año?

En noviembre tenemos un nuevo montaje. Estrenaremos Antino, un poema dramático de Fernando Pessoa. Volvemos a este autor que nos interesa y nos seguirá interesando. Antino es un poema de 1918 que me ha inquietado desde hace 20 años y con el grupo empezamos a estudiarlo. Desde abril trabajamos en la historia de Antino con el emperador Adriano. La historia se ha convertido en una especie de emblema del amor entre dos hombres. Es el caso del emperador con un jovencito, un esclavo griego, que inmortaliza, lo convierte en un dios. La primera función será en Medellín y tenemos pensado estrenarla el 28 de octubre para empatar función el 30 del mismo mes, día del aniversario de la muerte de Antino, ahogado en el río Nilo.

– ¿Qué significa el reconocimiento del Festival Internacional de Teatro de Manizales?

Matacandelas cuando recaló en Manizales fue en 1992. Llegamos con mucho susto porque este es un Festival muy renombrado, es el más antiguo y que Manizales nos haga un reconocimiento como grupo no lo imaginábamos. Para nosotros eso es grande, me dicen que Manizales nos ama y consideramos que hay ciudades difíciles para llegar como Cali, pero Bogotá, Manizales y Bucaramanga son las ciudades con las que más afecto hemos creado. Incluso destacaría la capital de Caldas por encima de las otras. Este reconocimiento es de un poder simbólico porque cuando uno está en Europa preguntan por esta ciudad, la gente tiene una visión maravillosa de Manizales y con su Festival le hace reconocimiento a los grupos de teatro y por eso nos sentimos muy emocionados.

La Patria