Jóvenes paisas

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Cinco preguntas a tres directores de la nueva generación de cineastas paisas

Hablamos con Catalina Arroyave (‘Los días de la ballena’), Juan Sebastián Mesa (‘Los nadie’) y Laura Mora (‘Matar a Jesús’), quienes visitaron El Café del Mañana de ARCADIA para conversar sobre las muchas miradas que ofrece el cine de Medellín.

Por Cristian Cope

Para nadie es un secreto que la industria cinematográfica de Medellín está pasando por uno de sus momentos más prósperos y rebeldes. Una rebeldía que ha emergido, principalmente, de la mano de tres voces que han decidido retratar la ciudad desde la desobediencia y las tensiones de la juventud.

Catalina Arroyave, Juan Sebastián Mesa y Laura Mora son tan solo tres de los nombres que forman parte de una nueva y portentosa generación de cineastas paisas, una generación que le está otorgando a Medellín una nueva corazonada a través de sus películas. Los días de la ballena, Los nadie y Matar a Jesús conforman, para muchos, una trilogía fidedigna de la Medellín actual, mostrando la resistencia creativa de sus jóvenes a pesar del contexto inagotable de violencia.

Aprovechando su visita a El Café del Mañana de ARCADIA, hablamos con los tres directores.

Para muchos, esta generación de cineastas paisas es una especie de relevo a la escuela impartida por Víctor Gaviria. ¿Qué opinan de esto?

Catalina Arroyave: Yo creo que el cine de Víctor nos ha dado mucho a nosotros, que hemos bebido de esa forma de hacer cine. No solo de las películas, sino también de la metodología, del cómo se aproxima él a la cinematografía. Así que no es un relevo, es simplemente que ahora hay una pluralidad de voces mayor.

Juan Sebastián Mesa: No es un relevo porque Víctor es un cineasta completamente vigente, está a punto de rodar su quinta película. Y pues… no. Básicamente, no.

Laura Mora: No me gusta tanto la idea de sentir que esta generación, de alguna manera, releva la generación de Víctor. Yo creo más bien que somos una generación, tanto la mía como a la que pertenecen Catalina y Juan Sebastián, que ha sido afectada pero sobre todo inspirada por el cine de Víctor Gaviria. Tampoco lo considero un relevo por el simple hecho que Víctor está más vigente que nunca. Creo que es casi que obligatorio revisitar una y mil veces su cinematografía, más ahora cuando está a punto de rodar su nueva película. Yo diría que somos dos generaciones que hemos sido inspiradas por ese modelo, por esa visión de ciudad, esa sensibilidad y ese arriesgar que tanto caracteriza su cine.

Para la persona que quiera hacer cine en Medellín, dependiendo de ciertos contextos, ¿sí o sí tiene que negociar con las bandas criminales? En el caso de Laura y Catalina, ¿cómo es esa interacción siendo mujer?

Catalina Arroyave: Uno en Medellín encuentra formas de hacer cine. Encuentra formas también de esquivar las dinámicas de las bandas. Me parece que, sobre todo, lo que ha pasado con el cine es que tiene una red de aliados muy grande. Hay personas que dentro de ciertos territorios apoyan lo que nosotros estamos haciendo, nos dan entrada, nos dan respaldo, y gracias a esa red de contactos uno logra rodar en contextos que pueden ser muy difíciles. Esto es una problemática vigente y muy compleja, pero definitivamente creo que la forma de esquivar eso es haciendo vínculos y relaciones cercanas con quienes pertenecen a los contextos que estamos contando.

Juan Sebastián Mesa: Yo diría que depende de qué tipo de película querés contar y de dónde se desarrolle. Para los que hemos querido contar la periferia o los márgenes de la ciudad, quizás es algo inherente a esos contextos, y de alguna forma hemos respetado y querido entender cómo son las dinámicas. Y no a todo el mundo le toca esto, es simplemente como qué película querés contar y con qué se encuentra esa película. Cada película es diferente, tiene procesos diferentes, así que no es la regla, diría yo, pero es algo común.

Laura Mora: Medellín es una ciudad con unas dinámicas muy complejas, en las que el aparato criminal es casi que de un “comportamiento” corporativo a nivel del control del territorio. Creo que la negociación no hay que verla siempre ligada al tema de pagar las muy conocidas vacunas, porque con el tipo de cine que hacemos eso es casi que desangrar el presupuesto. Somos películas que se hacen con un presupuesto muy ajustado. Además, el cine que se hace en Medellín y en Colombia en general, es un cine que recurre a locaciones reales, etc, tiene que entrar a socializar con muchas comunidades, urbanas o rurales, y en esa socialización inevitablemente se tiene cierto tipo de interacciones con “autoridades” que no pertenecen al orden institucional. Estas autoridades ya tienen muy incrustadas las dinámicas que se manejan en esos entornos de Medellín, por lo que en estos acercamientos es crucial el papel que juegan las conversaciones. Al ser mujer no lo he encontrado difícil, es simplemente entender la complejidad en la que se mueve esta ciudad, y desde el cine, que es mi arena política, continuar planteando esos interrogantes.

¿Se debe desligar el conflicto armado y la violencia del cine de Medellín?

Catalina Arroyave: No creo, necesariamente. Mientras la violencia haga parte del contexto, hacerse el de la vista gorda y cerrar los ojos como artistas frente a eso sería un absurdo. Retomando un poco las palabras de Laura, creo que la pregunta hay que devolvérsela al público: ¿por qué hay miedo de mirar de frente eso que nos pasa como sociedad? Y, finalmente, mientras exista la violencia como parte de ella, creo que va a ser necesario contarla, a pesar de que muchas películas colombianas ya no pasen por la violencia en su narración.

Juan Sebastián Mesa: Yo creo que no es algo de lo que haya que huír, pero tampoco tiene que ser obligatorio contarlo por el simple hecho de vivir en Medellín. Medellín tiene mil formas de habitarse, mil formas de vivirse, y la violencia puede que esté directa o indirectamente en todas ellas, pero todo depende de qué película querés contar y de dónde se desarrolle.

Laura Mora: No creo que se deba desmarcar, ni de la violencia ni del conflicto, ni el cine que se hace en Medellín ni tampoco el que se hace en Colombia. A veces siento que hay una mirada “centralista” de sentir que la violencia de este país solo pasa en Medellín, solo porque cinematográficamente es desde donde más se ha explorado. Nosotros vivimos en un país violento, donde las violencias no son las mismas, pero no se le puede pedir al cine de Medellín, ni al de Bogotá, ni al de Cali, ni al de las costas que se desligue de las realidades que quiera contar, por más duras que sean.

Se ha dicho que en Medellín vivimos encerrados en una pequeña burbuja, rodeados de una montañas que no nos dejan ver más allá del horizonte. ¿De qué manera el cine de Medellín puede sacarle provecho a esto?

Catalina Arroyave: ¿A estar encerrados en la burbuja? ¡Contándola! Yo creo que es verdad que nuestra cultura es endogámica, que hemos vivido durante mucho años en un regionalismo que, a mi juicio, es perjudicial. Pero también creo que el cine lo que ha hecho es tratar de contar esa burbuja que tenemos entre las montañas. Por ejemplo, películas como Los nadie lo que hacen es evidenciar cómo hay personas que quieren salir de esa burbuja y la quieren romper, y de alguna forma las películas que nosotros hacemos también quieren cuestionar esa burbuja y ponerla un poco en jaque.

Juan Sebastián Mesa: Creo que me voy a contradecir un poco: yo creo que son muchas burbujas dentro de un mismo espacio. El cine lo que precisamente hace es romperlas, o por lo menos hacer que se fusionen algunas entre ellas mismas, para tratar de entendernos en una ciudad tan parcializada, tan extremista. Para muchas personas que ven Los Nadie, Matar a Jesús o Los días de la ballena, son como “uy, ¿eso dónde fue? Yo llevo toda la vida viviendo acá y nunca pensé que Medellín fuera esto que estoy viendo”. También es una confrontación con esa ciudad que no queremos ver, con esa ciudad que simplemente omitimos.

Laura Mora: Eso de tener la mirada bloqueada y sin horizonte tiene como unas implicaciones muy inconscientes en el cómo nos aproximamos al mundo. Quizás por eso mismo es que Medellín y su cine siempre está atravesado por el tema de ciudad. Casi siempre ese Medellín es muy protagónico, y es mujer y es hombre, y es puta y ladrón, y víctima y victimario. Un montón de cosas que forman una figura muy extraña. No sabría decir cómo esto puede potenciar la mirada, pues es una realidad geográfica inminente que tiene un impacto en nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Y si bien creo que salir de acá a veces es difícil, también creo que la universalidad se alcanza conociendo de manera muy profunda lo local. Esa quizás sea la potencia del cine de Medellín, que a pesar de retratar unas realidades muy particulares de un contexto de violencia muy particular, genera unos alcances muy universales, donde las humanidades de otros se ven convocadas a pesar de las diferencias culturales que podamos tener con otros lugares.

¿Cómo ves el paisaje cinematográfico de Medellín en 10 años?

Catalina Arroyave: Yo siento que nosotros estamos en un momento de expansión. He mencionado que somos una red muy grande de colectivos, que hay gente que viene detrás como Crisálida, como Ruido, como Pasolini, como Máquina Espía, y muchos otros. Somos un parche muy grande que estamos haciendo fuerza por hacer cine, y creo que dentro de diez años, si seguimos con esa fortaleza, muy probablemente vamos a tener una multiplicidad de voces enorme para contar una ciudad como Medellín.

Juan Sebastián Mesa: Siento que el ecosistema se ha ido nutriendo, y hay muchas formas ahorita para hacer cine: el simple hecho de tener una cinemateca, desde el simple hecho de querer llevar el cine a lugares donde nunca antes había llegado. De aquí a diez años, no sé… recuerdo cuando me hicieron una de las primeras entrevistas de Los nadie, yo decía que era uno de los primeros tiros al aire que se daba desde Medellín. Y la cosa va por buen camino, Medellín cada año tiene más películas: este año se están rodando cuatro películas, el otro año otras dos. Yo creo que, en este momento, Medellín es donde más se está rodando cine por gente de la misma ciudad. Y, pues, siendo así, espero que dentro de diez años sean diez o quince películas las que tengamos por año.

Laura Mora: Veo muchas semillas que me hacen pensar que el panorama puede ser muy alentador, pero eso va ligado al orden de que las políticas públicas alrededor de lo audiovisual se sigan apoyando. Esta administración local fue muy dura con lo audiovisual, en la que fue muy duro todo el tema de los apoyos, en este caso con la alcaldía. Esperemos que las que vienen sepan que ahí tienen una potencia impresionante, al igual que un amplio generador de empleo. Pero también tienen un cine que quiere desenmarcarse, y que no quiere pensarse a sí mismo como un producto económicamente viable, como lo quisiera la economía naranja. Sino que es un cine que quiera acercarse realmente al arte, que quiere hacer unas preguntas profundas sobre esta sociedad, y quizás unas preguntas que no son tan cómodas. Entonces creo que ese crecer del cine también va ligado a los apoyos, tanto locales como a nivel gubernamental. También esperamos que el FDC pueda seguir creciendo, pues ha sido el músculo de esta última gran generación de cineastas. A nivel creativo y de voces estoy muy esperanzada, quisiera estarlo también con este tipo de ayudas.

Revista Arcadia

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