Lo que quieren las guachas

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«Lo que quieren las guachas», mirada política sobre la desigualdad

La autora y directora completa la trilogía que iniciaron Menea para mí (2015) y Gorila (2016), con temáticas como la marginalidad, la discriminación y la lucha de clases.

Por Candela Gomes Diez

Luego de Menea para mí (2015) y Gorila (2016), la autora y directora Mariana “Cumbi” Bustinza completa con su última obra Lo que quieren las guachas una trilogía teatral atravesada por la esencia de una mirada política sobre la desigualdad. Una vez más, se abordan temáticas como la marginalidad, la discriminación y la lucha de clases, pero en este caso con una lectura que se circunscribe al mundo adolescente y a las tensiones que emergen del cruce entre jóvenes provenientes de distintos sectores sociales.

De un lado, un paredón blanco que advierte, a través de un cartel, que esa zona es custodiada por seguridad privada. A ese lugar pertenecen Sol (Martina Bajour), Micaela (Sofía Black Kali) y Valentino (Iti el hermoso), estudiantes de un colegio secundario de clase media alta, según delatan sus uniformes. Del otro lado, el mismo paredón pero sucio, roto y sin indicios de cámaras de vigilancia. Ahí, donde el único cuidado es el que puede darse entre pares, vive Mariela (Luciano Crispi), una mujer trans que se prostituye para mantener a sus hijos Owen (Ezequiel Baquero) y Yanina (Ornella Fazio).

Pero lo que parece ser una convivencia impensada entre esos seis personajes se transforma a partir del encuentro entre Owen y Micaela, un vínculo que muta en enamoramiento y revierte los roles de la histórica pareja del culebrón donde la pobreza tiene cara de mujer y el galán es el millonario. Y aunque en ese amor parece no haber lugar para los prejuicios, las diferencias de entornos y culturas estallan cuando Valentino, exnovio de Micaela, decide vengarse de la nueva pareja seduciendo a Yanina, la hermana de Owen.

Iti el hermoso se destaca en la construcción de ese joven que sintetiza con toda crudeza las miserias del hombre xenófobo, racista y misógino. Y su interpretación no pasa inadvertida precisamente porque incomoda e interpela desde un lugar opuesto a la fragilidad desde la que se configuran los demás personajes. Pero si por momentos el personaje del villano bordea el límite del estereotipo, la decisión queda justificada por la trama que se posiciona en un terreno de denuncia y conciencia sobre las múltiples formas que adopta la violencia.

Con esa hombría descarnada, Valentino aparece como la contracara de Owen, construido por Ezequiel Baquero desde una masculinidad sensible y empática, por fuera de cualquier mandato patriarcal. Y en ese sentido, el personaje interpretado por Luciano Crispi va más allá aportando una perspectiva de resignificación y quiebre del esquema binario asociado a la identidad de género y visibilizando la discriminación de la que son objeto las disidencias sexuales.

Por su parte, la mirada sobre las mujeres da cuenta del rol subalterno que el entramado social reserva para ellas. En Lo que quieren las guachas, se hace evidente que tanto las ricas como las pobres son víctimas de maltratos, abusos y cosificaciones. Pero Bustinza no elude, en este punto, las diferencias que introduce el factor de clase entre unas y otras, y esa intención se agudiza en la decisión de exponer las consecuencias brutales de esa desigualdad a través de la realidad del aborto ilegal.

En la puesta cada elemento está al servicio de lo que se quiere contar. Las brechas sociales se advierten en el vestuario y en la escenografía, y el elaborado diseño de luces de Gustavo Lista opera como un recurso que acentúa esas tensiones. Y las canciones y la música en vivo de Milagros Zabaleta, junto con las coreografías montadas sobre un predominante ritmo de cumbia, incorporan una poética que matiza el relato.

En la obra de Bustinza, la experiencia de la adolescencia, con sus jergas y sus cuerpos, es la excusa elegida para exhibir las profundas injusticias que se replican en otros ámbitos y generaciones en mayor escala. El teatro confirma así, nuevamente, su potencialidad política, vital y necesaria en un contexto que demanda tomar posiciones.

Funciones: Jueves, a las 21, en El Extranjero (Valentín Gómez 3378).

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