Ser víctima

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“Ser una ‘víctima’ es ser también un agente más potente en la comprensión y discusión del conflicto”

Iván Calderón, un joven cuyos padres fueron asesinados durante el conflicto armado, pronunció un conmovedor discurso sobre la agencia de las víctimas y las posibilidades de suturar las cicatrices de la guerra durante el Tercer Encuentro por la Verdad, organizado por la Comisión de la Verdad en Medellín. ARCADIA lo reproduce completo.

En el marco de este reconocimiento a los impactos de la guerra en la infancia colombiana, les quiero compartir estas breves reflexiones:

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Soy una víctima del Estado. Mis padres, Mario Calderón y Elsa Alvarado, fueron asesinados sin previo aviso por mercenarios contratados por paramilitares y altos mandos del ejército. Se les asesinó sin importar que fueran padre y madre, defensores del agua del Páramo de Sumapaz, de los derechos humanos, ni de que señalaran la alianza entre terroristas y fuerzas oficiales. Tales fuerzas oficiales tenían el compromiso de defender nuestra vida y no de terminarla. Todo esto ocurrió al frente mío y aún detecto patrones de mi comportamiento que devinieron de esos hechos. Pero reconozco que el Estado, sus instituciones y fuerzas no están condenadas a la corrupción ni a violentar al pueblo obligatoriamente si tan solo logran recuperar su vínculo fraternal con la ciudadanía.

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A pesar de la impunidad respecto al caso de mis padres, mi creencia en la justicia transicional se consolida básicamente por la ineficiencia de la justicia ordinaria y en la pésima administración del aparato judicial en Colombia. No tenemos tiempo infinito, y por lo menos si desenterramos la verdad de cómo se consolidó esta guerra, la sabremos antes de que el conflicto en Colombia solo pase de los padres a los hijos y el ciclo se repita. La justicia transicional es, a mi parecer, la mejor opción que las víctimas tendremos de obtener justicia en un país que ya tiene un Galán, un Gaitán, un Eduardo Umaña, un José Antequera, un Carlos Pizarro, un Jesús María Valle, un Bernardo Jaramillo, un Jaime Garzón, un Carlos Alvarado, un Mario Calderón, una Elsa Alvarado, etcétera. A ninguno de estos personajes les hemos podido destapar claramente sus verdugos. Quizá si designamos el modus operandi de tales estructuras de poder, podremos detener a los futuros verdugos antes de que actúen.

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Desde muy pequeño me he sentido muy observado por adultos. Pero, lejos de ellos, frente a otros niños, era un niño cualquiera, pero peculiar en mi manera de actuar. No sé si otras víctimas alguna vez se hayan sentido un poco lejos del resto de la tribu. Sé que vivimos en la época de la exaltación del individualismo donde nos esforzamos por destacar una “singularidad”, pero a veces siento que aun esa actitud corresponde a movimientos sociales e ideologías masivas. Realmente me gustaría saber cuántas otras personas con historias similares a la mía esperan encontrar un grupo de gente que pueda tocar con facilidad su alma gracias a que poseen esencias y experiencias similares. Por fuera de grupos de víctimas del conflicto siempre encuentro personas que piensan y sienten como yo; sin embargo, puede que entre víctimas del conflicto hallemos más similitudes.

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La cura para las cicatrices sociales, emocionales y psicológicas de la guerra son realmente la comprensión, el diálogo abierto y sincero, el respeto y el afecto familiar. Esas condiciones son capaces de convencerlo a uno de su propio valor y su acompañamiento.

5

Siempre me preguntan sobre qué me ha dado fuerza para seguir reflexionando y vivir mirando hacia el futuro. En resumen, ya tomé la decisión ser un victimizado empoderado y no una “víctima” simplemente. Reconozco que tengo una responsabilidad que debe ser tratada con delicadeza y reconozco que, a pesar de lo ocurrido, fui acogido inmediatamente por una red familiar que me cobijó con su amor y me dio las herramientas para adquirir propósito y dirección en mi vida.

6

He leído, escuchado y visto historias de personas que sufrieron la realidad de una vida en medio de la guerra, de una manera mucho más cruda y cruel, pero hasta ellos siguieron adelante. Cuando sufres violencia sin provocarla eres una víctima, pero no lo eres cuando encuentras oposición tratando de cumplir tus metas en un camino estrecho lleno de otras personas. La fatalidad de la guerra es algo muy claro para mí; aún tenemos la oportunidad de no descender a un abismo del que solo se saldrá con un precio exponencialmente más alto en sangre, sudor y lágrimas.

7

A otros huérfanos del conflicto armado les trato de decir: he vivido algo similar a ustedes y les afirmo que pueden hablar de la guerra con la autoridad de haberla vivido. Ser una “víctima” es ser también un agente más potente en la comprensión y discusión del conflicto. ¿Que si pueden hacer algo diferente a los demás actores? Claro que pueden. Así que, ¿por qué no hacerlo?

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Después de más de medio siglo de violencia política sin terminar, ya estamos hablando de generaciones de colombianos devastados y lastimados por la violencia. A pesar de vivir en Latinoamérica, una de las zonas menos militarizadas del mundo, Colombia no parece poder ejercer una convivencia entre ciudadanos que excluya la guerra. Puedo citar a varias personas que tengo en mi cabeza que han sido víctimas directas o indirectas de este conflicto. Este espectro parece diluirse cuando cada uno cuenta su historia. Cito a Darío Sendoya, un amigo: “Uno hereda cosas inexplicables desde la genética, la psicología e incluso la sociología”. Aún no sabemos explicarlo, pero uno hereda un “alma”. Todos en el mundo y en Colombia llevamos en nuestra sangre y en nuestro espíritu un legado, un gran proyecto ideológico o quizá llevamos un alma similar a la de nuestros padres. Cuando estos legados están marcados por eventos dramáticos como la violencia, estos legados se hacen más pasionales y se puede volver una coyuntura necesaria para explicarte a ti mismo cómo eres. Yo no puedo contar mi historia de vida sin mencionar a mis padres y qué hicieron y por qué o bajo qué condiciones vivieron y murieron. Las víctimas somos el encaramiento de la memoria. ¿Cómo llevaremos esa memoria y esa carga que heredamos? Como nación y grupo de humanos está en nuestras manos dejarle a la historia del mundo un ejemplo de cómo se lleva esta carga.

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Viene a ser interesante pensar en lo que Gabriel García Márquez decía en su obra maestra. ¿Estamos o no condenados a repetir los mismos errores generación tras generación o a luchar por las mismas causas? Todos podemos decidir entre infinitas variaciones cómo llevar encima tal legado. ¿La usaremos para señalar y ajusticiar, reflexionar y perdonar o llevar al olvido para seguir con nuestra vida? La manera en que las víctimas queremos utilizar la memoria difiere bastante. Los orígenes que tenemos socialmente también están divididos. Es un desafío para mí encontrar a alguien que sea víctima de grupos armados diferentes en mi propio conjunto residencial. Quizá algo que nos une o que tenemos en común las víctimas es que deseamos que los eventos violentos que sufrimos nosotros o nuestras familias no se repitan al menos sobre nosotros mismos. Estos dilemas filosóficos nos unen a las víctimas. Las víctimas que han sido también perseguidas y violentadas por paramilitares, guerrilleros, Estado o narcotraficantes no deberían creer que la manera de hacer política como “víctima” es únicamente la manera antagonista.

Lo que leo en otras víctimas es que confiamos todos en un sistema de justicia que permita resolver de una vez por todas los daños que nos hemos hecho entre colombianos, sin necesidad de recurrir a un camino destructor de nosotros mismos y de otros. Creo que como víctimas sería mejor ser reconocidos con una luz de resiliencia y pragmatismo alentador y no como víctimas reprimidas y lisiadas por el dolor. Pero, por otra parte, entre víctimas sí pueden hacerse conversaciones profundas de nuestro legado, espíritu y responsabilidad recibida. Es verdad que podemos hacer algo diferente a los demás. Nos tenemos entre nosotros para hacernos preguntas, compararnos y quizá llegar a lo más profundo de nuestras almas; acariciar o ayudar a sanar esas heridas que nos deja la violencia a quienes no la provocamos.

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En el libro de Yolanda Reyes Los agujeros negros hay una prueba más de cómo mis padres siguen construyéndose como individuos a través de la muerte. Estoy agradecido por la manera en que las personas los recuerdan y los reconocen. A ustedes, los victimarios, les corresponde un compromiso aún mayor con las víctimas, con la nación, con ustedes mismos y sus familias. ¿Cómo quieren ser recordados? Pues si ustedes fracasan en enmendar la devastación que generaron, los jóvenes, los hijos e hijas, las víctimas, los futuros colombianos, los recordarán por lo que hicieron, y lo único que quedará en la historia será violencia, destrucción, ignorancia y despotismo. Y ustedes serán los culpables, pues eso fue todo lo que pudieron dejar plasmado. ¿Cómo quieren ser recordados después de morir?

Revista Arcadia

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