60 años del FICCI

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El poder del cine, a propósito de los 60 años del FICCI

Por Diego Aretz

“[…] mis relaciones con el cine […] son las de un matrimonio mal avenido. Es decir, no puedo vivir sin el cine ni con el cine, y a juzgar por la cantidad de ofertas que recibo de los productores, también al cine le ocurre lo mismo conmigo”.

—Gabriel García Márquez

Hoy en Colombia vivimos una gran crisis de memoria, de identidad, una deriva de nuestra cultura que nos plantea reformularnos como colectivo qué somos y para dónde vamos.

No solo nosotros, también el mundo está viviendo una honda crisis de los valores en los están fundadas nuestras sociedades. El capitalismo desmedido nos ha llevado a amenazar nuestra supervivencia y nuestra vida como especie.

En esta columna me propuse hablar de cine pues estamos en la semana del Festival Internacional de Cine de Cartagena, FICCI, que cumple 60 años en esta edición, y me surge la pregunta de qué puede hacer la gran pantalla por nosotros, por nuestra sociedad; cómo puede responder a las realidades que hemos vivido y estamos viviendo.

La respuesta es simple: desde que llegó el séptimo arte a nuestro país hace muchos años de manos del venezolano Manuel Trujillo Durán, empresario de espectáculos que el 21 de agosto de 1897 presentó la primera película en Colombia, hasta las más recientes producciones de cineastas nacionales como Ciro Guerra, Víctor Gaviria, Catalina Arroyave, Felipe Aljure, Franco Lolli, Rubén Mendoza -y me quedo corto en nombres-, la historia del cine en Colombia ha estado íntimamente relacionada con nuestro devenir identitario, social y político. Pienso también en la resistencia, en la protesta social, en la contracultura, en Luis Ospina, en Marta Rodríguez, en Mayolo y en todo el famoso grupo de Cali del que el joven Andrés Caicedo fue injustamente el más sonado.

¿Qué podría hacer hoy el cine por nosotros?, ¿cómo podríamos revisar en nuestros archivos esa memoria de nación de la que tanto carecemos? En una sociedad como la nuestra que no tiene una cultura de la memoria, pero sí una del olvido, ¿no es acaso el cine una respuesta en ese mar de recuerdos que es nuestra historia?

Cóndores no entierran todos los días nos permitió ver la era de “La violencia” con ese carisma increíble y enigmático de Frank Ramírez, interpretando a uno de los paramilitares de nuestra historia; el mismo García Márquez, que de niño era llevado a Aracataca por su abuelo a ver las películas de Tom Mix y que tras tímidos y encubiertos intentos en el celuloide se volcó a la literatura, creó la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba, ese tesoro inmaterial de Latinoamérica. Fernando Vallejo, con sus peripecias sinuosas y llenas de melancolía en México, tuvo su propia lucha para poder hacer cine… Y es que para los cineastas nacionales hacer cine en Colombia no ha sido nada fácil.

¿Cómo no pensar que aprendimos lo que era la periferia, la pobreza y la realidad de nuestro país con Víctor Gaviria? Fue él quien nos abrió los ojos cuando la mayoría de los políticos se estaban robando el país. Generaciones después, Simón Mesa Soto nos volvió a mostrar esa Medellín de La vendedora de rosas con Leidi, en donde se ve el legado de Gaviria; el retrato tristemente perfecto de una sociedad que no ha podido superar su desigualdad.

El documental que es, quizás, el género más importante de memoria colectiva en Colombia, se ha desplegado en decenas de narrativas que muestran ese paso de la guerra a la paz, ese cambio tan esperado y que ha movilizado a la sociedad colombiana y a las generaciones de las últimas décadas.

Vivimos un buen momento del cine latinoamericano y nacional, las direcciones narrativas del poscolonialismo parecen cambiar, ya tenemos voces que pueden contar nuestra historia y compartirla con el mundo. Un ejemplo increíble de ello es que el nobel sudafricano J. M. Coetzee le haya pedido a Ciro Guerra hacer un filme sobre su novela Esperando a los bárbaros.

La gran pantalla no solo tiene el poder de la memoria, también de ser una brújula y un espejo para transitar y entender mejor nuestra deriva. Quizás no hay que preguntar hoy qué puede hacer el cine por nosotros, tal vez tenemos que preguntarnos qué podemos hacer nosotros por nuestro cine.

60 años cumple el FICCI, el festival más antiguo de América Latina, un reflejo de lo que somos como sociedad. Todos deberíamos volcarnos a pensar en lo que han sido estas seis décadas para el cine colombiano y las miles de rutas, de voces y de mundos que nuestro cine puede descubrir.

El Espectador

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