El león hervíboro
A 100 años del nacimiento de León Ferrari
Buena parte del círculo del arte lo celebrará en la Argentina y el resto del mundo con distintas iniciativas. Entre otras, habrá un ciclo de actividades virtuales que organizan el Museo Nacional de Bellas Artes y el Moderno de la Ciudad.
Por Andrés Valenzuela
Los retratos lo siguen mostrando con una sonrisa sutil. Una delicada mueca, como si se riera bajito de un chiste compartido con la cámara o su interlcutor circunstancial. Todo lo que cuentan quienes conocieron en vida a León Ferrari hace pensar que, efectivamente, era así. Quienes lo frecuentaron manifiestan su admiración por el artista pero enseguida dejan de lado su faceta pública para celebrar su amistad, su generosidad, su sentido del humor y para añorar los encuentros en su casa de la calle Reconquista. Hoy Ferrari festejaría su centésimo cumpleaños y buena parte del círculo del arte lo celebrará en la Argentina y el resto del mundo con distintas actividades.
En el país se destacan el ciclo de actividades virtuales que organizan el Museo Nacional de Bellas Artes y el Moderno de la Ciudad. En el MNBA comenzaron el martes a subir testimonios de quienes lo conocieron (desde Noé Jitrik o politólogos como Néstor García Canclini hasta compositores como Silvio Rodríguez y voces como la del periodista de Página/12 Fabián Lebenglik). También se podrá acceder a distintas publicaciones digitales para recordar su vida y obra. En la misma web estará Civilización, el documental de Rubén Guzmán que explora los principales conceptos de Ferrari. Esta andanada de actividades viene a suplir la postergada exposición antológica León Ferrari. Recurrencias, que el MNBA tenía prevista para abril de este año y que debió suspenderse por el aislamiento social preventivo y obligatorio al que obligó la pandemia de coronavirus. Recurrencias, informan desde el museo, abrirá su temporada 2022, con la emblemática “La civilización occidental y cristiana” recibiendo a los visitantes en el Hall. Parte de su obra en el acervo del museo, además, será incorporada a la muestra permanente y su guión curatorial.
En el Moderno en tanto se lanzará –también online- la publicación León Ferrari: Donación al Museo de Arte Moderno de Buenos Aires/ 2014, que recopila digitalmente la donación de 72 obras que la familia del escultor y artista plástico donó al museo al año de su fallecimiento. A esto se sumará un video donde la propia directora del Museo, Victora Noorthoorn, contará sobre el lugar de Ferrari en el acervo de la institución, y una actividad para niños con trastornos del espectro autista. Finalmente, Maricel Álvarez y Alejandro Tantanian intervendrán leyendo textos de archivo del propio Ferrrari, incluyendo “Prismas y rectángulos”, que fue realizado en 1980 para el Museo Guido Viaro, de Brasil, y la carta que le dedicó al crítico Ernesto Ramallo por su artículo en La Prensa de 1965, donde Ferrari reflexiona sobre el vínculo entre arte y política y da cuenta de su búsqueda para construir nuevos símbolos gráficos, plásticos y lingüísticos con los que criticar y condenar la barbarie occidental. Este es el momento, por supuesto, de la realización de su icónica obra del cristo crucificado en un avión militar norteamericano.
Esa emblemática obra girará por centros de exposiciones de Países Bajos, Francia y España, incluyendo los importantísimos Pompidou y Reina Sofía. Esta última está producida por Andrea Wain, quien acompañó como productora buena parte de los últimos años de Ferrari y quien aún colabora con distintos proyectos de la Fundación Augusto y León Ferrari (que también busca revalorizar la obra del padre de León, arquitecto especializado en, paradójicamente, iglesias).
Wain se acercó a Ferrari primero asistiendo a Andrea Giunta en la compilación del libro que recogió el fenómeno que suscitó la retrospectiva de 2003/2004 del artista en el Centro Cultural Recoleta, que incluyó la furia de fundamentalistas católicos, azuzados por el entonces cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco. “Después que ganó el premio de la Bienal de Venecia le llegaban de a 50 mails por días, todos importantes y que había que contestar”, recuerda Wain. El “mundo León” era “muy intenso”, señala y está segura de que podría aprender cosas toda la vida. “Todo el tiempo tenés sorpresas”, dice y cuenta que, por ejemplo, muchas veces León dejaba series inconclusas. “Él ponía ‘1 de 10’ y capaz a la tercera se copaba con otra imagen y la abandonaba, si no le hubiera preguntado eso cuando trabajé con él, hoy estaría obsesionada buscando el resto”, comenta divertida.
“Me impactaba mucho todo lo que él investigaba para hacer algo que a simple vista parecería tan simple, como los santos en una licuadora, porque León tenía una biblioteca igual a la que estudiaban los sacerdotes, para su propia formación, y podía recitarte versículos enteros de la Biblia y discutirle a cualquiera”. Wain define a Ferrari como “un artista laboratorio”, por su permanente búsqueda de experimentación y su capacidad para hacer del proceso mismo nueva obra. Al analizar y recordar las producciones posteriores a sus muestras en el Sívori (donde exhibió una gallina) o la misma del Recoleta, Wain sostiene que “todas sus obras tenían finales mucho más abiertos que podían incluir la violencia y los comentarios del público, algo medio performático”. En ese sentido, es curioso –y revelador- notar cómo los ataques que recibía de fundamentalistas católicos (y de otros tipos también) lo fortalecían y, en última instancia, hacían circular más sus ideas y propuestas disruptivas. Más allá de toda polémica, su obra se imponía. Y él sonreía.
León Ferrari: El león herbívoro
Por Luis Bruschstein
Cuando un artista interpela a la sociedad y tiene devolución, cuando produce ondas en la superficie que se filtran hacia zonas más sensibles, es un artista importante. León fue un artista importante. Para mí era también un ser cálido y muy querido.
Hace ya un tiempo lo fui a ver con un amigo alemán, Mickael Kipping, que quería comprarle obra. Mientras nos mostraba sus trabajos, hablamos un rato porque museos de arte de diferentes países le habían pedido obra suya.
“¿Te das cuenta Luis?–me dijo–: cuando lo hubiera necesitado, no me daban bola, hasta me ninguneaban, y ahora me dan bola, que tengo más de 80 años… La historia al revés”. León era un artista conocido desde la época del Di Tella, pero como no encuadraba en los cánones de la producción culturalmente correcta, no se le daba la importancia que tenía. No vivía del arte en aquella época. Como era ingeniero, tenía un laboratorio en el garage de su casa de Castelar, donde fabricaba una sustancia de uso industrial.
Cuando secuestraron a Arielito, su hijo menor, y tuvo que marchar a Brasil, siguió trabajando en el exilio y ganó la bienal de San Pablo. Cuando volvió después de la dictadura, se dedicó exclusivamente al trabajo artístico. Y como antes, empezó a chocar con el status quo. Eso lo divertía, no lo enojaba, era lo que buscaba. Y cuando se reía del escándalo que provocaba, tenía algo infantil en la mirada. No era un provocador violento, sino que podía hacer transcurrir su inteligencia abrazada a la picardía de los chicos. Su personalidad era así.
Kipping, además de amigo, era una especie de mecenas que, en los días posteriores a la crisis de fines del 2001, me ayudaba a publicar una revista cultural que se llamaba Lezama, con la idea de la batalla cultural con el neoliberalismo que había llevado el país al desastre. En ese momento, León hacía unos collages donde el mundo aparecía como una pelota de fútbol a veces pateada por Bush, a veces cubierta de cucarachas con la bandera norteamericana. Los hacía de manera que pudieran ser reproducidas por cualquiera con escáner o con fotocopias.
La revista era bimestral. Hablé con León y le pedí permiso para usar esas imágenes como si fueran un editorial o una columna de opinión. La columna de León. Por supuesto me dijo que sí, pero que no iba a hacer una para cada número de la revista y me mandó un disquette con toda su obra, para que la usara como quisiera.
Eramos vecinos en Castelar en los ’60, y los hijos de León: Marialí, Pablo y Ariel, eran compañeros de escuela y amigos míos y de mis hermanos y de otros pibes. Por eso no puedo recordar a León sin hablar de Alicia, su compañera que lo completaba en forma perfecta con una dulzura y calidez que calmaba a las bestias que éramos. Alicia nos invitaba a los atorrantes del barrio a tomar el té, con una nube de leche, en su juego de tazas de porcelana y cucharitas de plata. Y nos sentábamos todos a la mesa tratando de parecer educaditos.
Siempre nos unió el dolor y los recuerdos porque varios de esos chicos después engrosaron las listas de detenidos-desaparecidos por la dictadura. Cuando lo veía, a veces me regalaba algún trabajo, que me daba un poco de vergüenza aceptar, pero que nunca hubiera rechazado. En casa tengo la mamadera con la Constitución adentro, dos cuadros de caligrafías, y otros dos de sus collages donde mezclaba el Durero con los noticias de actualidad, más otro más grande grabado con los pictogramas de los planos de arquitectura que él usaba repitiéndolos hasta el infinito.
Es casi imposible cumplir cien años. No nos da el cuero de la vida. Pero son los que hubiera cumplido León y así se los festejamos.