“Me impactaba mucho todo lo que él investigaba para hacer algo que a simple vista parecería tan simple, como los santos en una licuadora, porque León tenía una biblioteca igual a la que estudiaban los sacerdotes, para su propia formación, y podía recitarte versículos enteros de la Biblia y discutirle a cualquiera”. Wain define a Ferrari como “un artista laboratorio”, por su permanente búsqueda de experimentación y su capacidad para hacer del proceso mismo nueva obra. Al analizar y recordar las producciones posteriores a sus muestras en el Sívori (donde exhibió una gallina) o la misma del Recoleta, Wain sostiene que “todas sus obras tenían finales mucho más abiertos que podían incluir la violencia y los comentarios del público, algo medio performático”. En ese sentido, es curioso –y revelador- notar cómo los ataques que recibía de fundamentalistas católicos (y de otros tipos también) lo fortalecían y, en última instancia, hacían circular más sus ideas y propuestas disruptivas. Más allá de toda polémica, su obra se imponía. Y él sonreía.

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