Cerca de la revolución

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No es una ficción literaria, pero comienza y termina informando al lector sobre el destino de dos hermanos con nombres inventados para la ocasión, en torno a cuyas vidas giran la militancia, la lucha armada, la vía chilena al socialismo y el exilio. No es lo que habitualmente se entiende como una obra historiográfica, pero la escribe un historiador, Cristián Pérez. Tiene notas al pie de página y aborda la experiencia concreta de los señalados hermanos en tanto militantes PS y como miembros de “una generación que, en la senda del Che Guevara, hizo sus mejores esfuerzos para cambiar la realidad de América Latina mediante la lucha armada”, según señala el propio autor a La Tercera.

Acaso un guiño a la canción homónima de Charly García, el libro se llama Cerca de la revolución. Una historia de la izquierda chilena y lo atípico de su propuesta tiene un sentido que Pérez, investigador de la UDP, inscribe en la muy contemporánea necesidad de acercar la historia de Chile al lector no especializado con hambre de relatos: “Quise contar esta historia de un modo menos académico, aunque no por ello menos riguroso. Hablarles a aquellos a quienes la historia para especialistas no les resulta cómoda ni entretenida”.

La obra tiene como referente inmediato el anterior libro de Pérez, Vidas revolucionarias. En su calidad de investigador del Centro de Estudios (CEP, donde trabajó 14 años), Pérez entrevistó durante varios años a cientos de militantes de izquierda de un amplio rango de nacionalidades, cuya suma de historias de vida, unidas a documentos y archivos de prensa, sentó las bases del cuadro general de una época. También, un mapa de las pertenencias a colectivos seducidos en su minuto por la vía armada para la conquista del poder y la instauración del socialismo.

Dos “elenos”

Dos de los entrevistados para Vidas revolucionarias son ahora protagonistas de un libro que protege sus identidades. Acá se llaman Juan Carlos y Eduardo, nacieron en la zona de Melipilla, hijos de una familia de pequeños agricultores que en 1952 quedaron fascinados con “un caballero de terno y sombrero a la moda” que entró a su casa: era Salvador Allende, que recorría la zona en su primera campaña para ser Presidente.

Seducidos por la figura del líder socialista, los hermanos se harían tempranamente socialistas y harían de la militancia un aspecto central de sus vidas. Y no sólo eso: empujados por el encanto de la Revolución Cubana, se suman con entusiasmo al ala más radical del PS, la misma que en 1967 da a luz al Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Los llamados “elenos” surgieron como espejo de las milicias con que Ernesto “Che” Guevara organizó sus focos guerrilleros en Bolivia, y tanto Juan Carlos como Eduardo pasaron a engrosar sus filas: más aún, tuvieron una destacada participación en los entrenamientos militares que el régimen de Fidel Castro proveyó a miembros del ELN. De vuelta en Chile, elenos y ex elenos se reencontarían con Castro para su prolongada visita de 1971, sea en calidad de miembros del GAP (la seguridad personal de Allende) o del Frente Interno Socialista, aparato de organización e inteligencia.

El factor militar, en efecto, tiene en el libro un lugar más estelar que la política parlamentaria o la democracia “burguesa” (Carlos Altamirano, otro personaje de la obra, hablaba en 1967 del “ilusionismo electoral”). Aparece, por ejemplo, cuando los protagonistas deciden no tomar las armas, precisamente porque su conocimiento de este aspecto les sugiere prudencia. También para el “11”: del lado de la asonada golpista, por cierto, pero también cuando asoman planes de defensa del Gobierno que hoy resultan al menos llamativos.

Según se lee en la obra, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) tuvo en apariencia una estrategia de combate, la que sin embargo se vino al suelo después de que fueran la mañana del Golpe a buscar armas a la Embajada de Cuba… y no se las dieran.

Por su parte, el plan de los socialistas para la defensa del Gobierno se basaba en “círculos concéntricos”. El primero defendería La Moneda; el segundo se ubicaría en los edificios que rodean el palacio, tomados por militantes socialistas armados con fusiles cuya misión era “sostener allí la lucha hasta que desde la periferia se movilizara la masa armada de los cordones industriales”. Estos últimos “atacarían hacia el centro con armamento de circunstancia, cuyo fin sería meter a los militares en una especie de bolsa, dejarlos aislados en un espacio intermedio”.

En la obra se afirma que el propio Augusto Pinochet participó dos días antes del “11” en reuniones tendientes a preparar respuestas ante posibles acciones golpistas. Y también se le involucra en una oscura trama en torno al asesinato, el 8 de junio de 1971, del ex ministro democratacristiano Edmundo Pérez Zujovic. Basado en un cruce de testimonios, documentos y conjeturas, el texto respalda una versión en la que aún creen los hermanos protagónicos: esta acción de la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) fue digitada por la CIA. Para el autor, en tanto, la verdadera participación de Pinochet en estos y otros hechos, como el “Tancazo” de junio del ’71, “está lejos de ser conocida”.

Con no poca épica y algo de elegía, la obra evoca el espíritu sacrificial con que el “Che” afirmaba que en la revolución “se vence o se muere”. Por lo demás, la idea misma de revolución es rescatada en su mítica infalibidad. En esa época, afirma Pérez, “la revolución no se equivocaba. Er a sacramental porque estaba tomada, en gran medida, de la tradición judeocristiana de sus principales ideólogos (Marx, Trotski), que ponían el acento en la redención de los explotados para edificar en la tierra un mundo ideal. Era válido, necesario y casi deseable dar la vida por esta utopía. Ese era el espíritu y ese es el espíritu con que hay que mirar aquellos años”.

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