Bogotá, belleza y horror

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Bogotá es su historia, sus habitantes, sus localidades, sus espacios de tránsito y su naturaleza. Aspectos que han sido abordados desde el arte y que son los ejes de ‘Bogotá, belleza y horror’, en el MamBo.

La idea de esta muestra, que ofrece un amplio abanico de obras (exponen 60 artistas), empezó hace años, gracias a conversaciones de María Elvira Ardila, curadora del museo, con el fallecido Gustavo Zalamea. Y se materializó una vez que Ardila se quedó esperando a sus estudiantes de la Javeriana, que no llegaron a tiempo por uno de los monumentales trancones que se forman a diario. “Es la modernidad líquida”, dice, recordando a la categoría que propuso Zygmunt Bauman y que se refiere a un tiempo sin certezas y con vínculos frágiles.

Empezó a revisar quienes han trabajado sobre la ciudad en diferentes décadas. El resultado: tres pisos del museo con obras que causan risa, sorpresa, tristeza o incomodidad, y que invitan a pensar en el presente y en las transformaciones de Bogotá.

Cronológicamente, empieza con imágenes de Sady González sobre el ‘Bogotazo’. Continúa con otro evento infame, la toma del Palacio de Justicia en 1985, con 8½, de Nohemí Pérez, quien reproduce imágenes de esta, alternadas con un partido de fútbol que se transmitió por órdenes del Gobierno durante la toma.

Pero la muestra no se organiza por fechas sino por temáticas. Por eso, estas obras se presentan junto a otras que muestran lo violentos que podemos llegar a ser. Como el video Clases de cuchillos, de Edwin Sánchez, en el que un hombre explica cómo hacerlos y qué puntos del cuerpo son los más frágiles. O Ausentes, de Carolina Satizábal, un trabajo fotográfico con las Madres de Soacha, quienes aparecen ‘enterradas’ en un ejercicio artístico que evoca la memoria de sus hijos y que a la vez funciona como catarsis.

Pero la exposición no se centra en lo negativo. El recorrido deja varias ventanas abiertas a la interpretación y a la contemplación, con una diversidad de obras, temáticas y técnicas.

‘Bogotá SAS’

Otra exposición, en la Cámara de Comercio de Bogotá, en Chapinero, trata sobre la ciudad desde lo público y lo privado. De ahí su nombre: la unión entre Bogotá, un espacio colectivo, y las siglas SAS (Sociedad por Acciones Simplificada).

Aborda hechos como que, para 1993, la ciudad era la más violenta del país. O las campañas de ‘limpieza social’ “a manos de quienes hostigaron y asesinaron a habitantes de la calle y prostitutas”, explica Cristina Lleras, en el texto curatorial.

Igual que en el MamBo, hay imágenes del Proyecto Bogotá, de Gustavo Zalamea, con visiones apocalípticas de la ciudad. También un proyecto de Caldo de Cultivo, que recuerda a Comanche, el comandante del Cartucho. A través de él se indaga sobre la práctica de ‘limpieza social’, de la cual no ha estado exenta la capital. O imágenes como la de Keshava Liévano, El humor contamina el miedo ambiente (1989), que combinan el registro documental con el grafiti, como muestra de un sentimiento colectivo de represión en aquella época. Y también en esta.

El Tiempo

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