Entrevista exclusiva al psicoanalista y ensayista argentino Jorge Alemán

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Por Tomás Forster

Antes de cualquier referencia formal, de comenzar a desarrollar aquello que es esperable en la introducción de cualquier reportaje, de caer en la necesaria información que se brinda a los lectores para que estos puedan conocer aunque sea muy resumidamente quién es el entrevistado en cuestión, más vale, aunque sea equívocamente, intentar trastocar el orden de lo prefijado, conmover los cimientos de lo que sería oportuno decir, implicarse en la tensión de los mensajes, en los significantes y significados, en el interior mismo de los procesos comunicativos y, por qué no, aventurarse a indagar en el hecho práctico y concreto que es el acto de pensar cuando es realizado sin concesiones ni lugares comunes.

Esas sensaciones sobrevuelan la conversación con Jorge Alemán, un hombre que habita los entreveros, las encrucijadas, que se siente cómodo en la incomodidad, que prefiere las esquinas donde se cruzan tradiciones políticas como el marxismo heterodoxo y los movimientos populares latinoamericanos, que resignifica al psicoanálisis lacaniano no como un acontecimiento para esclarecidos sino como una herramienta para cuestionar los modos de dominación del capitalismo contemporáneo; capaz de hilvanar una sensibilidad atenta a rescatar lo que aún perdura de las culturas populares, de ubicarse en el cruce mismo entre lo instituyente y lo instituido, lo espontáneo y lo establecido, o de decir, entre otras disquisiciones: «Siempre le hice ver a mi hijo, que juega en el fútbol regional en España, jugadores líricos, Francescoli, Redondo o ahora Pastore que tiene esa manera entre fría y elegante de llevar la pelota».

Militante en los años setenta, exiliado en España por la última dictadura militar que asoló a la Argentina, la relación entre psicoanálisis y subjetividad política es un tema que lo cautivó desde sus años de formación juvenil y que, con el paso del tiempo, lo convirtió en un referente de la llamada izquierda lacaniana. Consejero cultural de la Embajada Argentina en el país de Unamuno desde el 2004, Alemán es el autor, que trabaja sobre el discípulo de Freud, más citado en lengua española en los ámbitos académico y ensayístico, precursor en indagar en las afinidades entre el pensador parisino y Heidegger y autor de libros como Derivas del Discurso Capitalista, Lacan, la política en cuestión y una serie de poemas titulada No saber. Pero, además de todos esos lauros, el tipo es capaz de desentrañar temas espinosos y complejos sin perder esa huella porteña que aún perdura en él más allá de los largos años que lleva viviendo en el barrio céntrico de Malasaña, en Madrid.

En diálogo con Nodal Cultura, Alemán se explayó sobre su derrotero del otro lado del Atlántico, analizó la relación entre marxismo y psicoanálisis, desarrolló sus impresiones sobre el proceso del kirchnerismo en la Argentina, abordó los tópicos compartidos por las derechas de América Latina y Europa y marcó los claroscuros de la relación entre el campo intelectual y la cultura popular.

¿Cómo fuiste elaborando tu concepción político-intelectual en relación con tu propia experiencia de vida?

Yo mantengo una suerte de extranjeridad en España. No hay un solo día de mi vida en el que no me pregunto qué hago allí. Considero necesaria esa sensación de extranjeridad, no la veo como un déficit ni como algo que me perturbe. No creo en la integración ni en la adaptación cuando uno se exilia. Lo único que he tratado de hacer es mantenerme en un cierto enjambre discursivo y es ahí donde habito. Siempre me ha interesado el cruce entre subjetividad y política. Y me ha interesado incorporar todas las malas noticias irreductibles del psicoanálisis con respecto a las lógicas de emancipación política, que obliga más bien a pensar un saber con ellas y no a anularlas, superarlas, cancelarlas o apelar a una especia de autoconciencia o humanismo abstracto. Cuando comienza a darse todo lo de la izquierda lacaniana eso implica introducir a la lógica emancipatoria las malas noticias del psicoanálisis y, a la vez, no permitir que el psicoanálisis sea una nueva forma de escepticismo lúdico, de cinismo de posgrado que lleva a concluir que todo va a ir a inevitablemente guido por la pulsión de muerte, condenado a la repetición de lo mismo. En Europa, y en esto me considero partícipe, recién ahora hemos logrado que la izquierda no mire con rechazo al psicoanálisis porque la izquierda notó que el neoliberalismo no eligió al psicoanálisis y que lo que finalmente proliferó fue la autoayuda, la farmacología, la proliferación de diagnósticos que se ajustan a las políticas económicas de los grandes laboratorios.

Hubo algunas pocas figuras del marxismo, contemporáneas a Freud, que valoraban el psicoanálisis como fue el caso de León Trotsky.

Claro, hace poco he vuelvo a leer su autobiografía Mi vida y lo considero uno de los escritores más grandes de todos los tiempos. Parece Proust, viejo. Mi vida es una obra que impresiona porque se ve a alguien comprometido de tal manera con la acción política y, al mismo tiempo, con muchísima fineza y sutileza para captar la descripción de su propia infancia. Posteriormente, Althusser mismo reintrodujo la cuestión del sujeto y el posmarxismo profundizó el vinculo. Badiou luego no puede eludir la oposición entre verdad y saber que es propia de Lacan, y la cuestión del sujeto que tiene también una impronta lacaniana. En Ernesto Laclau, en su obra magna  La razón populista, la influencia de Lacan es notoria y Laclau hace algo extraordinario que es reunir el sujeto lacaniano con el bloque hegemónico gramsciano y elabora una idea hegemónica que le debe mucho a la teoría del significante. El campo posmarxista no tuvo más remedio que afrontar al sujeto sin obviar a Lacan.

En sus artículos, el tema de la subjetividad política a la hora de pensar al kirchnerismo como experiencia continuadora y novedosa, a la vez, aparece recurrentemente.

Sí, mi apuesta fue que el kirchnerismo había generado una subjetividad política distinta a la del peronismo. Siempre pensando en una travesía que se logra en el interior de, es decir no hubiera habido jamás un modo de ir más allá del peronismo si no hubiera sido desde el interior mismo del peronismo.  Ahora, reducir al kirchnerismo a un momento interno del despliegue del peronismo me parece un error fatal. El peronismo se ha vuelto un juego entre lo necesario y lo posible mientras que el kirchnerismo un juego entre lo imposible y lo contingente. Y si pasa, como ahora algunos quieren que ocurra, que el kirchnerismo vino a ser nada más que un nuevo episodio en la historia del peronismo, que algo de lo que fue la práctica instituyente que sembró el kirchnerismo sea clausurado en la institución del peronismo, veremos qué sucede. Esa es la encrucijada que viene. Está el problema de las malas noticias, uno habita en esas tensiones. En Mi Vida, Lenin le dice a Trotsky: “quiero que seas mi ministro de exterior”. Trotsky responde: “¿con el quilombo que tenemos ahora vas a nombrar un ministro de exterior judío?”, Lenin le retruca: “¿Pero vos te crees que hicimos la revolución para reparar en esa estupidez?”, pero Trotsky le contesta lucidamente: “La revolución va a terminar con muchas cosas pero no con la estupidez humana”. En un momento en que se creía que la revolución iba a renovar todo, Trotsky no lo cree.

En relación con el contexto latinoamericano, ¿cómo ves la situación regional?

Hay una nueva ilustración en América Latina. Mientras Europa se transformó en un archivo patrimonial y cultural sin ninguna invención política, en América Latina se intentaron experiencias novedosas. Normalmente se dice hegemonía neoliberal pero el capitalismo no es una hegemonía, es un poder. La hegemonía necesita de la diferencia, de la heterogeneidad, el capitalismo no necesita nada de eso. Es denso, homogéneo y vuelve siempre al mismo lugar. Yo creo que el proceso que más toco las estructuras fue el argentino que, al mismo tiempo, fue el que menos se declaró a sí mismo como revolucionario. Argentina fue mucho más lejos que Ecuador, que Venezuela. El error metafísico de Venezuela fue haber generado la idea de Socialismo del Siglo Veintiuno y eso te obliga a dar pasos que vayan hacia allí y no sabemos qué es eso. No hay nada que permita pensar que haya una ley histórica que conduzca a eso. Sin duda, Argentina generó unas transformaciones que fueron muy interesantes porque no tuvieron carga metafísica ni prefiguraciones. El riesgo es que nos atrape la prefiguración espectral del peronismo y se clausure el proceso que se abrió. Más allá de si Scioli sí o no, es más importante reflexionar qué pasó con lo que sucedió, qué posibilidades tiene de continuar, de seguir instituyendo formas comunes de hacer, qué formas de vida se han generado.

A lo largo de la historia política contemporánea, tanto en revoluciones como en experiencias más progresivas o reformistas, se dio una tensión entre lo novedoso y aquello que configura e institucionaliza a esas nuevas políticas y que muchas veces burocratiza lo que antes tenía la fuerza de lo innovador, ¿qué reflexión haces de la relación entre lo político como acto creador, lo instituyente en sí mismo, y el proceso de institucionalización que le sigue?

Toni Negri quiere resolver esa cuestión como si fuese una inmanencia donde la institución puede vivir permanentemente en conflicto, manteniendo su vínculo original con el poder constituyente. Eso es imposible porque no hay de forma de realizar institución alguna. A la vez, la manera contraria es opresiva porque borra el acto instituyente que la constituyó. Ahí solo tenés clausura. Entonces no veo otro remedio que habitar una tensión entre los actos instituyentes y la aventura de generar instituciones a través de ellos. Lo interesante del acto instituyente es que es inapropiable y que pertenece a lo que llamo Soledad común, no tiene un sujeto a priori que se pueda reconocer, posteriormente surge un sujeto desde donde se hallaba el acto instituyente. Ahora, de ahí a no aceptar una representación hay una gran distancia: algo de eso les pasó a los chicos del 15 M, a los indignados, porque ellos mismos quisieron ser sus propios representantes. Sin embargo, también está el riesgo de olvidarse del acto instituyente porque las jerarquías, la inercia, las autoridades ahogan lo instituyente. No creo que eso pueda tener una solución dialéctica ni superadora. Pienso que es fundamental distinguir entre ambas dimensiones; los que creen que la historia es nada más la transformación de unas instituciones por otras están dejando de lado la potencia política propia del acto instituyente.

¿La derecha tiene un modo de actuar similar en América Latina?

No conozco bien a la derecha latinoamericana, lo que si te puedo decir es que la derecha de Argentina, la de Macri, se parece a lo que en España es Ciudadanos, una expresión más ajustada al neoliberalismo. A la derecha neofranquista, si fuera por el establishment, la cambiarían. Les va más una derecha cool como puede ser el Pro o Ciudadanos. Modernitos, de pelo largo, no tendrías problemas en encontrarlos en una playa nudista, no habría demasiadas dificultades en verlos en conciertos de rock. Con un discurso snob y supuestamente amplio en lo cultural, pero absolutamente excluyentes detrás de esa máscara. Además, con un discurso de cambios y reformas que no explicitan y aclaran nunca pero que consiste en flexibilizar las condiciones de trabajo y achicar al Estado en beneficio de las clases altas. Macri se parece muchísimo, o incluso también Martín Lousteau (el joven candidato que salió segundo en la ciudad de Buenos Aires), a los políticos de época que se ven por Europa. Sarkozy por ejemplo, casado con Carla Bruni, amigo de Gérard Depardieu, o el propio Berlusconi en su momento.

¿Cómo pensás el vínculo entre cultura intelectual y cultura popular?, ¿cómo hacer para no encerrarse en la torre de marfil o, en el otro extremo, en un discurso anti-intelectual?

La cultura de masas, en una distinción muy importante que hace Adorno, borró a la cultura popular que fue un modo de apropiación de tradiciones de una gran complejidad cultural. El tango, por ejemplo, es cultura popular que exige una reapropiación de diversas corrientes musicales. En cambio, los cantantes comerciales son la homogeneización de la industria y el capital llevado a la música. Esa frontera entre lo popular y la industria de masas es clave y me lleva a pensar que lo verdaderamente popular que conozco ha sido siempre un modo de trasmisión donde estructuras sumamente complejas y sofisticadas fueron apropiadas por el pueblo. El intelectual tiene que mantener esa tensión entre ambas dimensiones. Y muchos intelectuales se perdieron en esa tensión: tanto los que se hacen los cultos como los que quieren simular una cosa popular. A la vez, tenemos otro problema porque las culturas populares están en riesgo debido a la circulación de mercancía, por el propio capital. ¿Qué es lo popular en España? Algo sofisticadísimo como el flamenco, para que un tipo llegue a tocar flamenco tiene que ser un virtuoso. Hay una virtud popular, ¿no? A veces los compañeros nacionales y populares no advierten esos matices. Es una posición absolutamente reaccionaria esa mirada hacia los intelectuales que jamás viene del mundo popular, sino de las burocracias, enquistada incluso en las propias izquierdas. ¿Todo el legado político-cultural de la izquierda no existe en parte gracias a autores como Marx, Trotsky, Benjamin, Adorno? Autores que obligan a seguir leyéndolos, descifrándolos y se mantienen presentes en el flujo histórico.

En ese sentido, a diferencia de otros momentos en la historia argentina como en el primer peronismo, buena parte del campo intelectual se acercó a la experiencia kirchnerista aunque el discurso anti-intelectual siguió presente en algunos sectores del movimiento nacional.

Fue decisiva la experiencia del espacio Carta Abierta, el paso de elaborar cartas que no retrocedieran estilísticamente, en su gramática, que no incurrieran en lo que se les demandaba: en la simplificación y qué se yo. Fue clave porque se demostró que terminó siendo un significante que circulaba por todos partes.

 

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