Crónica de una ciudad descuidada

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Rescatar un monumento no es fácil ni barato, pero es necesario rescatar nuestra identidad e historia 

San Salvador, un día tuvo encanto… se nota, se percibe. Andar sus calles y observar las fachadas de algunas casas o edificios, te pueden transportar a otras épocas. Quizás andar sus calles nos puedan llevar a memorizar y a rescatar algo de nuestra fracturada y accidentada historia.

O, andar sus calles nos podría llevar a la memoria a los sitios que antes fueron comunes de nuestros abuelos y padres. “Ahí conocí a tu abuelo”… “Ahí fue la manifestación contra Martínez”… “Ahí masacraron a los estudiantes”… “Aquí estaba el bar al que los intelectuales venían a declamar poemas y a beber”.

Aquí estuvo el famoso prostíbulo… Hoy lo que encontramos de cada lugar se parece aquello de “al pié del patíbulo”.

Una vez vi los bocetos que Federico Morales, pintor y arquitecto (tío mío), hizo para el bar de Alberto Cevallos o para el Casino Juvenil, en los años de 1940. Fueron lugares concurridos, de los que hoy no quedan ni las sombras.

Andar ahora en el centro de San Salvador es  -más que un riesgo por el peligro de la delincuencia- un verdadero choque de nuestra realidad contra nosotros mismos, que nos hace poner los pies sobre la tierra y tomar conciencia de dónde venimos y por qué estamos como estamos.

El centro de un país, la capital de una Nación, no es sólo su rostro, sino su origen, su punto fundacional. No vayamos tan lejos: ¿qué es Londres? ¿Qué es Roma? ¿Qué es la ciudad de México? ¿Qué es Quito, La Habana o San José?

Pero nosotros no… Muchos jóvenes de los sectores medios y pudientes ni siquiera conocen el centro. Otros sectores hablan de dinamitar todo aquello y construir edificios nuevos, centros comerciales y templos religiosos.

Los turistas vienen y quieren ir al centro, pero lo primero que se les hace –y con mucha razón- es advertirles que no deberían de ir porque “es como un acto suicida”. Además, no queremos que conozcan nuestras fealdades y nuestros abandonos. Por otra parte, los invitamos al mundo irreal, ficticio: a los centros comerciales y a hoteles de playas… ¡Eso no es todo el país!

¿Qué sería México sin el Zócalo? ¿O Ecuador sin el Quito viejo? ¿O Cuba sin La Habana vieja?

Las autoridades de turismo y las que promueven inversiones, los mismos empresarios y políticos, deberían de ir a Quito o a La Habana para permearse de cómo fueron rescatadas esas ciudades que hoy son monumentos de la Humanidad.

Recuerdo cuando Héctor Silva, ese gran político salvadoreño, me pidió que lo acompañara a La Habana para reunirse con Eusebio Leal, el Historiador de La Habana. El funcionario cubano hizo una exposición magistral de cómo la Habana vieja había sido salvada. En realidad nunca estuvo hundida como San Salvador, pero en la Isla se hizo una apuesta por la ahora gran joya en el Caribe.

Lo mismo pasó en Quito. Y es fabuloso apreciar, cómo embajadas, ministerios, banco y grandes empresas nacionales e internacionales tienen sus sedes en el Quito viejo; y cómo la población de esas zonas recuperaron su dignidad y orgullo.

Para rescatar San Salvador, se requieren mucha voluntad y conciencia, que se trata de rescatarnos a nosotros mismos de un inmenso abismo de frustración y abandono.

Se requiere también de mucho ingenio y de mucha gestión cultural y financiera; rescatar un monumento no es fácil ni barato, pero es necesario rescatar nuestra identidad e historia.

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