Entrevista exclusiva a Pilar del Río, compañera de vida del premio Nobel de literatura José Saramago

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Por Pedro Brieger, director de NODAL

El museo de José Saramago está en el casco antiguo de la ciudad de Lisboa, en Portugal. Saramago y su compañera Pilar del Río siempre tuvieron un vínculo especial con América Latina y el Caribe. Esto se transmite cuando uno recorre el museo y comprueba la cantidad de referencias que existen sobre nuestra región en fotos, libros y objetos.
Pilar del Río es la mejor guía para reconocer cada libro o foto porque de inmediato cuela una anécdota del gran escritor que no suele encontrarse en las guías «oficiales». Las personalidades políticas que marcaron América Latina en los últimos cincuenta años están allí presentes, así como los escritores que ganaron el Nobel de literatura como él y los que nunca fueron galardonados por la Academia sueca pero ocuparon un lugar especial en la vida de Saramago.
La idea de un real encuentro entre América Latina y Europa que no esté impregnado de la conquista colonial es hoy para Pilar del Río una tarea que forma parte del legado de su compañero de vida y queda reflejado con claridad a lo largo de este diálogo con el director de NODAL.

¿Hubo una relación especial de Saramago con América Latina?

Sin duda. Desde que escribió “La balsa de piedra” en 1986, donde relata como la Península Ibérica se desprende de Europa por los Pirineos y va caminando de América Latina. Nosotros, cuando decidimos que queríamos salir de Lisboa nos fuimos a vivir a una isla, Lanzarote en el Atlántico sur, nuestra balsa de piedra particular. Allí escribió José “Ensayo sobre la ceguera” hace ahora 20 años. Nuestra casa fue lugar de encuentro de artistas y pensadores convocados por José. Ahora, a mí me gustaría que se celebraran encuentros para discutir qué tipo de relaciones tenemos que tener en un mundo globalizado los países de América del Atlántico sur y los de Europa como España y Portugal. Y ver qué tipo de relaciones económicas, culturales y empresariales tendríamos que establecer, porque ya no somos colonizados ni colonizadores, ni estamos en proceso de colonización. Ante el avasallamiento de los “malos”, la globalización financiera, deberíamos poder defendernos los pueblos de un lado y otro del océano, con idiomas comunes como el portugués y el español. Sigo pensando que la cuenca cultural del atlántico debería ser una propuesta y una realidad. Y Lanzarote, una balsa que navega hacia los dos lados, América, Europa.

Vas a México ya que la Fundación está involucrada en una Declaración Universal de Deberes Humanos ¿Cómo surgió la idea?

Surgió hablando del discurso del Nobel de José con el rector de la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de México. Pensamos cuánta razón tenía José Saramago cuando decía que a la Declaración de Derechos le faltaba la simetría de los deberes… y comenzamos a trabajar en la importancia de la responsabilidad cívica, en la necesidad de intervención que tenemos ahora, tal como está el mundo. Creo que asumir los deberes como una conquista social, tan importante como los derechos, es poner un freno al despropósito. A los ciudadanos nos suceden cosas que no queremos, vemos continuamente como la indignidad campea por encima de nosotros, como si fuera una fuerza divina, y no es así, lo que pasa es que no encontramos fórmulas para frenar la sinrazón. Tiene que haberlas.

¿Cómo es tu vínculo con América Latina?

A veces, cuando me preguntan de dónde soy, lo dudo, porque soy siempre del país donde estoy… Tengo, eso sí, más vinculación emocional con América que con Europa, porque comparto idioma y claves culturales. Siendo española de nacimiento y portuguesa de nacionalidad me siento mexicana de vocación. Y digo mexicana porque es donde tengo más vínculos ahora, pero cuando estoy en Brasil, Argentina, Uruguay o Colombia también siento que estoy en casa. Tengo mucha dificultad en ubicarme en una patria.

¿Y cómo era el vínculo de Saramago con América Latina?

Íntimo y profundo. Al principio, el único país al que viajaba con cierta frecuencia era Brasil, enseguida fue México, Cuba, y luego visitó prácticamente todos los países de América Latina y en varias ocasiones. Un día, hablando con una periodista portuguesa sobre qué nos regalábamos entre nosotros, mi respuesta fue simple y salió como titular en portada: «Saramago me regaló un idioma, yo a él le regalé un continente” y no es presunción, creo que estoy en el origen de su vinculación sentimental con América Latina. Lo importante, claro, fue cómo él desarrolló esa relación de profundo afecto y conocimiento. En el 2007, en Cartagena de Indias, Saramago habló del lado oculto de la luna, es decir, los pueblos originarios de América Latina que siguen siendo ignorados. El hecho de no reconocer que están ahí no significa que no existen. Hasta entonces y ahora, salvo en la política, las clases dirigentes son blanquitas y parecen ignorar que hay otros con los mismos derechos. Saramago decía que era fundamental avanzar en el reconocimiento de los distintos pueblos y dotarlos de medios. La verdad es que han pasado muchas cosas desde entonces y en la dirección de varios países empieza a haber personas que, hasta hace muy poco, hubieran tenido que bajarse de la acera cuando pasaba un blanco. Evo Morales es un ejemplo de lo que digo.

¿Cuánto influye en Saramago lo cultural y lo político en su vínculo hacia América Latina? Aquí en el museo hay fotos con Fidel Castro, fotos de Chiapas y de muchos escritores latinoamericanos.

Para Saramago todo era político; vivimos una polis donde nada de lo que hagamos es indiferente. Saramago, como un hombre de cultura, entendía las distintas expresiones culturales. Era feliz en el museo antropológico de México contemplando de dónde procedemos o viendo el arte contemporáneo en el Malba de Buenos Aires. El respeto por el otro era su forma de estar en la vida. Él siempre decía que «el otro es como yo y tiene derecho a decir yo”. Por eso estuvo con los zapatistas cuando entraron en el DF reclamando «nunca más un país sin los pueblos originarios». Se sentía mal cuando estaba en algún grupo social que no reconocía el derecho a decir “yo” del otro, por ser pobre o negro. Por ser considerado, en el colmo de los colmos, culturalmente inferior.

Insistiendo en lo político y lo cultural ¿Qué es lo que más influye en Saramago? ¿La lectura de algunos escritores latinoamericanos o lo político latinoamericano, como la revolución cubana?

Saramago sabía lo que era vivir en la humillación de una dictadura porque había vivido mucho tiempo bajo la dictadura en Portugal, como los cubanos vivieron antes de la revolución. Portugal también salió de la dictadura con una revolución, la llamada de “Los claveles”, porque no se disparó ni un tiro y los soldados colocaron flores en los fusiles. La revolución de Portugal fue en 1974, fue muy hermosa, acabó con una dictadura de medio siglo. José Saramago detestaba la dictaduras, todas, incluidas las de lo políticamente correcto, que aparentan ser democracias pero no contemplan el bien común, sino el poder económico y financiero de unos pocos. José Saramago a lo lago de su vida leyó al Padre Viera, un jesuita portugués que escribía muy bien y que denunció los abusos de la llamada “conquista”, como hizo en español Fray Bartolomé de las Casas. Conocía muy a los autores de Latinoamérica, desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta Borges, una presencia continua en su novela “El año de la muerte de Ricardo Reis”. Borges era su referente, uno de los tres escritores del Siglo Veinte para él, junto a Kafka y Pessoa. Es decir, no se acercó a América Latina por la moda de la revolución cubana, aunque la aplaudió y la respetaba. Era algo más profundo, más hondo.

¿Y el viaje a Chiapas?

Fue a Chiapas porque habían matado a cuarenta y tres personas en San Cristobal de las Casas. Cuando leyó la noticia y vio que los paramilitares asesinaron a cuarenta y tres personas, en su mayor parte mujeres y niños, se sintió absolutamente compungido y, como tenía que viajar a México, dijo textualmente: “Quiero ir a presentarles mis respetos a unas personas que han sido masacradas por el simple hecho de no haber aceptado la sumisión como destino». Saramago no fue a ver a los zapatistas, fue a San Cristóbal de las Casas, a la iglesia de la comunidad de las Abejas, donde se produjo la tragedia, estuvo con los supervivientes, con el obispo de San Cristóbal, una persona muy, muy decente, con los curas que asistían a las víctimas, masacradas mientras asistían a un oficio religioso. Fue una canallada de tal tamaño… Una más para la historia de la indignidad.

Pero también se interesó por la figura de Marcos en Chiapas…

Sí, escribió un prólogo a los cuentos de Don Durito. Estuvimos con Marcos en varias ocasiones, digo estuvimos porque por un lado estuvo José y por otro lado estuve yo, incluso entrevisté a Marcos. A José le pereció una persona muy, muy inteligente y preparada. Discreparon en cosas, pero no en lo fundamental. Sintió pena siempre de que las circunstancias de la vida no le permitieran una relación personal.

Mencionaste a Borges, ¿con qué otros escritores latinoamericanos tenía una relación particular?

Mira, en casa estuvo Ernesto Sábato pasando unas vacaciones, luego Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Tomás Eloy Martinez, José Donoso y tantos otros. No me gusta decir nombres porque sé que estoy olvidando a grandes amigos, pero era ávido lector de Cortazar, de Carpentier, de poetas más o menos conocidos. José leía con respeto. Leía al autor, porque cada libro lleva dentro a una persona.

¿En su relación con los escritores latinoamericanos tuvo influencia el hecho de que hubieran diferencias políticas profundas entre muchos de ellos?

Ese era un problema que no tenía nada que ver con José, no. ¿Qué tiene que ver para la amistad que una persona sea de derechas y otra de izquierdas? Votar a partidos distintos no significa no quererse, no admirar el trabajo que se realiza, siempre que no se sea un neonazi, claro, o un excluyente. Él tenía excelentes amigos en la izquierda y en la derecha. Un ejemplo: José hizo campaña en contra de Mario Soares cuando fue elegido por segunda vez presidente de Portugal. Al día siguiente de la elección, a José le imponían una condecoración en la embajada francesa y venía el ministro de cultura de Francia. Por la mañana, el embajador llamó a casa diciendo que la presidencia de la república acababa de anunciar que acudiría Mario Soares al acto, y él pensaba que José no querría ni verlo. José lo tranquilizó. En su discurso, José agradeció la presencia de Mario Soares en el acto y dijo “si es verdad que no era mi candidato, sí es mi presidente”. Esa era su forma civilizada de entender las cosas. Lo que no significaba pacto, sí reconocimiento del otro, siempre que el otro defienda, con honestidad, una opción distinta.

La Fundación José Saramago tiene dos espacios importantes, en Lisboa y en Lanzarote..

La sede es en Lisboa, en la Casa dos Bicos. Ahí está Saramago, en las exposiciones, en las discusiones que se llevan a cabo o en las propuestas como ésta de los Deberes Humanos. En Lanzarote está José, su espíritu cercano, sus cosas, el lugar donde escribió la mayor parte de su obra, su biblioteca, sus puestas del sol y los arboles que plantó. Son dos lugares para ver y vivir, dos lugares de encuentro con lo mejor de los seres humanos, estos pobres desgraciados que es lo que, en definitiva, somos los seres humanos. Eso sí, con todos los sueños y una capacidad de amar muy grande.

Cómo es la propuesta de una Declaración de Deberes Humanos, que se discutirá en los próximos días en México?

Se discutirá en México, pero con gente de diversos países y con la ambición de llevarla a las conciencias de todos los seres humanos y a la ONU. Es lo que comentábamos antes: ante los desgobiernos políticos, economicos y financieros que destruyen el planeta hay que reaccionar. Claro que tenemos los partidos, pero ésa es una parte de la vida, la vida es más, y los ciudadanos no nos podemos contentar con votar cada cuatro años, cuando lo hacemos. Tenemos otros deberes que nacen del reconocimiento de nuestra propia dignidad, que no puede ser tratada como estadística. Y la urgencia de la educación y la cultura para ser nosotros y con fuerza. Este continente está en disposición de ofrecer mucho si no se deja llevar por modas y es sólido y completo en su desarrollo, que no es sólo tener más. Para eso, todos somos necesarios. El primer Deber de la Declaración de los Deberes, según José Saramago en su discurso del Nobel, será exigir que se cumplan los derechos. Todos. Él lo decía: o nosotros, ciudadanos, intervenimos contrariando los intentos manipuladores de quien no quiere nuestra bien, sólo aumentar su poder, o estamos perdidos. Irremediablemente. Pese a ser lúcidos, tener conciencia, razón y capacidad para decir quiénes somos.

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