Festival de Teatro: Lo que Rafaela nos dejó

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Lo que Rafaela nos dejó

Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

El Festival de Teatro de Rafaela fue una nueva demostración de lo que el trabajo colectivo y la confianza en una programación diversa pueden lograr. La capacidad de hacer dialogar estilos, géneros, texturas y narrativas es una marca de este festival, que no en vano se constituye como uno de los más importantes de Argentina y la región.

Los seis días a puro teatro contaron con una programación exquisita, que llevó a la ciudad lo mejor del circo, el clown y el teatro popular para todos los públicos, así como obras adultas que recorrieron temas como las migraciones, la violencia, las sexualidades o las ausencias. Obras que transitaron por las dramaturgias más tradicionales, el humor surrealista, la experimentación y el teatro danza.

Latinoamérica dijo presente

A Nomadas, la obra chileno española que abrió el festival, se sumaron la uruguaya Otros problemas de humanidad, la colombiana El ensayo y la también chilena El Dylan.

 

Dueña de un humor casi surrealista, propio de la tradición del humor uruguayo, casi el único que abreva en ese registro en la región, Otros problemas de humanidad de Sebastián Calderón, es una convocatoria al goce del hecho teatral. En un escenario montado en un espacio interno del Complejo Cultural del Viejo Mercado, la obra transcurre en una cocina. Tres personajes, más la presencia imaginaria de un cuarto –ausente- proponen situaciones alrededor de sus sueños personales inevitablemente frustrados: la poesía, la plástica y la gastronomía. La obra se compone de cuadros que funcionan como mosaicos que se van integrando en un relato totalizador. Los actores asumen su lugar como tales. Son actores en tanto irrumpen con una presencia magnética en la escena, dando lugar a aquello que funda al teatro: sujetos actuando en relación con un espectador deseante. La obra es una pequeña maravilla del talento actoral, del despliegue en una escenografía cuidada al extremo y de un texto desopilante, que deja huellas de ideas sobre la soledad, los mandatos sociales, y sobre las cosas rotas, como último refugio de la identidad y la pertenencia.

Basada en una historia real, como muchas historias de violencia en Colombia, El ensayo, de Johan Velandia, cuenta la  búsqueda de venganza de una madre que conoce la identidad de dos sicarios que han podido ser los asesinos de su hijo. Ella ha decidido tomársela con la madre del asesino, por no haber sabido educarlo como ella con el suyo. Ambientada en 1994, en un barrio pobre del alto de Medellín, el texto remite a las vidas de víctimas y victimarios, todos ellos vecinos y compañeros de vida. Hay identidad entre esa madre de un hijo asesinado y las madres de sus posibles asesinos. Y la hay también entre ese joven muerto a balazos con aquellos que dispararon contra él. Velandia toma una decisión muy interesante para darle cuerpo a esas 3 mujeres paisas. Sus lugares son asumidos por los actores Rafael Zea, Milton Lopezarrubla y César Álvarez. Esta decisión borra la contundencia escénica de esos cuerpos femeninos desgastados y dolientes, despejando el exceso melodramático. Pero por sobre todo pone en escena, sin siquiera mencionarlos, a todos esos padres ausentes del texto y de la historia. La escena, coronada por la Virgen de los Sicarios que ordena la razón de la madre vengativa, es siempre amenazante, siempre cargada de violencia. Como lo son las historias personales que cuenta la obra, en la que resuenan miles de biografías de los barrios populares de Colombia.

 

El Dylan comienza a encontrar su lugar como Andrea. El varón Dylan hará ese camino de a poco, con ayuda Gina, su amiga transexual y con un lugar cómodo en el mundo del circo. Será Gina y por sobre todo la madre de Dylan / Andrea, quienes narren la historia. De a pedazos sabremos como su hijo fue encontrándose con ser Andrea, al mismo tiempo que del asesinato de que fue víctima, y de la lucha amorosa por lograr justicia para lo que fue un crimen por odio de género. En paralelo, una vieja pareja de vecinos espiarán a ese niño que imaginan suyo, verán la relación tortuosa con su padre que regresa de tanto en tanto, y proyectarán sobre Dylan un deseo malsano. El camino de la madre construye preguntas y arrima ideas ¿Quiénes son los que matan en los casos como El Dylan / Andrea? Allí aparecerán el Estado, las organizaciones, los medios, los perversos. Todos ellos son puestos bajo la mirada del espectador. La obra cuenta con un trabajo de composición intenso, de la que forman parte actores, voces, movimientos casi coreográficos y escenografía. Por momentos confusa, por momentos atribulada, El Dylan da cuenta de la violencia homofóbica y transfóbica de la que recién por estos años se comenzó a hablar en Chile.

Dios está en todas partes

Este intertítulo repite intencionalmente el titular de la muy recomendable nota del colega Miguel Passarini en el diario El Ciudadano. Dios, la obra performática de Lisandro Rodríguez, trabaja desde la propia dramaturgia escénica del ritual cristiano –la misa- y en esa escenificación, que respeta formal y emocionalmente, convoca a repensar la obra de León Ferrari. Entre los muchos logros de la propuesta de Rodríguez se encuentra la posibilidad de poner en dialéctica algo que es propio de casi todas las religiones: los sentimientos amorosos e inclusivos y ciertas tendencias dogmáticas que excluyen y estigmatizan. Durante la misa, el artista pone en escena su trabajo: un Papa gigante es abrazado cálidamente por un hombre y una mujer desnudos (podrían ser un Adán y una Eva del presente). Aparecieron los pañuelos verdes pero no agitados, sino abrazados ¿Cuántas católicas abrazan hoy mismo su religión sin dudar en defender su derecho a elegir? He aquí un punto central, lo amoroso debería convocar al encuentro, no a la expulsión.

Lejos está la pieza de toda mirada ácida o agresiva. Lejos está de querer burlarse de la ceremonia. Todo lo contrario, los asistentes cantaron las canciones, siguieron la liturgia y compartieron el vino posterior que ofreció la escena, sin ningún tipo de reacción encontrada. Lo que ocurrió luego con la presencia de la obra en Rafaela (ver final de la nota) son solo operaciones de los muchos que no estuvieron en la sala.

Una pequeña muestra del talento local

Lola es un trabajo de investigación escénica del Grupo La Pieza de Rafaela. Dirigida por Cintia Viviana Morales, la obra cuenta con las actuaciones de Estefanía Lazarte, Valeria Díaz, Marisa Gutierrez , Bárbara Strauss y María Elena Monroig. Lola es un trabajo vivo, un trabajo en tránsito. Tal vez será siempre un espectáculo de creación.

Los rincones de la casa en la que sucede Lola (en el sentido estricto de aquello que no funciona como representación sino como acontecimiento) constituyen un espacio total, como cada una de las historias construyen una sola historia. El espectador camina con cada una de las cuatro jóvenes protagonistas por una casa llena de rincones, espiándolas, dialogando con ellas o apenas escuchándolas. Son cuatro mujeres jóvenes que traen sus fotos de infancia y a partir de ellas pintan una acuarela de momentos personales. El supuesto biodrama adquiere una dimensión colectiva donde las palabras y las historias se encuentran. Hermanos, padres e historias mínimas son parte de las memorias personales, pero componen un decir generacional, una sorprendente trama de miedos, dolores, violencias que de muchas hacen una. Las Lolas que son Lola. Hay una explosión vital de dolores jóvenes que la segunda mitad de la obra abraza / abrasa. La violencia es una forma de enfrentar el presente y la calle, que está afuera y las espera. Sentadas con un plato de fideos, aguardan allí la llegada del atardecer.

La intolerancia disfrazada de polémica

Dejamos para el final aquello que es, por mucho, lo menos trascendente del festival. Pero es, injustamente, aquello por lo que el Festival de Teatro de Rafaela se hecho presente en los medios nacionales. La historia de la intolerancia religiosa frente al arte tiene demasiados siglos y ha ocurrido en todos los lugares del planeta

Se cita a la presentación de la obra Dios, de Lisandro Rodríguez como la piedra del escándalo. Esto no fue así. Las disputas y agresiones no comenzaron con la obra de Lisandro Rodríguez, como proponen muchas publicaciones. Empezaron antes. Empezaron cuando hubo encendidas diatribas contra las actrices que mostraron sus pañuelos verdes al finalizar las funciones.

Todo comenzó con la reproducción, en la página de Facebook del Festival, de una nota del colega rosarino Miguel Passarini. La publicación estaba ilustrada con una foto de la periodista Gisella Ferraro, tomada durante el saludo de las actrices de la obra “Montaraz”, que se presentó el miércoles por la noche.

Allí Passarini mencionaba que tanto en esa obra como en “Los golpes de Clara”, presentada esa misma noche, las actrices habían desplegado sus pañuelos. Ambas obras hablan de las opresiones que sufren las mujeres y como sus cuerpos en escena procesan esas tensiones.

Los comentarios a la publicación del Facebook oficial del FTR fueron muy agresivos y demostraban que quienes escribían ni habían leído la nota ni habían visto las obras. En ambos espectáculos el aborto no era ni siquiera mencionado. Luego de esto hubo llamados al diario “El Ciudadano” en que se publicó la nota, y al menos un llamado muy agresivo al celular personal de una trabajadora municipal, que colaboraba en la organización del Festival. La increparon y le aseguraron que podían llamarla cuando quisieran, y al teléfono que quisieran, porque era empleada pública. En la llamada le reclamaban, poco amablemente, que impidan que las actrices desplieguen sus pañuelos. Incluso en la reproducción en redes de nuestra entrevista a Gustavo Mondino se sumaron un centenar de comentarios pidiendo la renuncia del funcionario y la cancelación de este festival.

Hasta ese momento Dios no había tenido su función.

La función de la obra de Lisandro Rodríguez se llevó a cabo el viernes. En la tradicional ronda de devoluciones en la que artistas, periodistas y público compartimos opiniones sobre los trabajos presentados el día anterior. Estaba allí Rodríguez y gran parte del elenco. Todos los comentarios fueron elogiosos y reconocieron el respeto por lo litúrgico, tanto como la apropiación de la naturaleza teatral de la misa católica.

¿Quién es más intolerante? ¿Quién desde el arte se apropia de la liturgia cristiana e interpela, desde ese mismo ritual a sus dogmas, o quien espeta “debiste abortar a ese putito”, como le dijeron a la madre de Marcelo Allasino, actual director del Instituto Nacional del Teatro y primer director del FTR?

En el cierre del Festival de Teatro de Rafaela no estuvo presente el intendente, luego de haber sido presionado por el Obispo de la ciudad. La secretaria de cultura pidió disculpas por las ofensas que pudieran haber sentido los habitantes de la ciudad. Por suerte, un joven artista, en ese mismo escenario, se hizo cargo de la persecución inquisitiva, y afirmó que el arte nunca debe pedir perdón.

Es de esperar que las presiones eclesiásticas para impedir la continuidad del encuentro y el despido de los trabajadores que forman parte de este equipo no logren influir en el intendente Luis Castellano, que hasta el viernes se mostraba públicamente orgulloso del gran festival de teatro que desde 2005 tiene la ciudad de Rafaela.

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