Rock y caldo de mariscos

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La música sonaba patibular, Amazing de Aerosmith engolosinaba el local lleno de carteles y adornos de hace veinte años. Los olores a naftalina y ruda no colaboraban con mi malestar general; me sentía mareado, con sed y la cabeza pulsaba con un dolor tenue pero certero, mi boca era un charco de saliva sucia y con sabor a centavo. La cruda esta vez estaba ganando la batalla, eran las once y media de la mañana de un lunes tachado en el calendario de una tienda de esquina.

Al finalizar Amazing, la rockola digital le dió play a Pour some sugar on me, una banda inglesa amenizaba los torpes pasos de un pareja engomada en La Reformita, en la zona 12 de la ciudad de Guatemala; ¿Podría existir algo más absurdo? Se lo comenté a la mujer que me acompañaba (de cuyo nombre no quiero acordarme) ella no dijo nada, hizo un gesto con la boca ordenando que me apresurara a pedir un octavo y una coca con hielo.

Me acerqué al mostrador en donde estaba una señora regordeta con pelo corto pintado de amarillo, me vio acercarme y antes de que pudiera decir algo ella sonriendo muy amable me dijo yavastar el caldo joven. ¿Se me nota la cruda? Pregunté un poco apenado, ella se colocó los antejos de aro dorado sobre la frente y me dijo que tenía veinte años de tener el local y que sabía a qué llegaban los lunes a esa hora. Mi caldo de mariscos es el mejor de la reformita joven, me dijo fingiendo autoridad. Hoy lo vamos a comprobar, le dije, antes lléveme un octavo, una coca, limón y hielo por favor. Ahorita joven. Me dijo sonriendo de nuevo.

Para entonces el olor del caldo en ciernes empezaba a inundar el lugar, un fragante pescado, cebollas, ajos, camarones, cangrejos, caracoles, media fauna marina hacía ebullición en una olla de barro panzona y colorada, el olor era enervante; cuando la señora (panzona y colorada) llegó con el pedido, lo puso en la mesa y se acercó a la oreja de la mujer que me acompañaba, le habló algo y luego las dos me voltearon a ver, la señora con cara de súplica y la otra con cara de signo de interrogación. ¿Qué pasó? Pregunté mientras le tronaba el pescuezo al octavo de aguardiente, es que dice la señora que si se puede tomar un trago con nosotros, que también está cruda pero que sus hijos no la dejan tomar, pero si se lo toma aquí con nosotros no se dan cuenta. Tráigase su vaso seño, le respondí lo más amable que pude, Aquí lo traigo dijo ella sacándose un pequeño vaso del delantal amarillo con encajes lila; le serví un poco de guaro, se lo tomó sin respirar, sírvame otro me dijo, la verdad me molestó su impertinencia, seguro lo notó, así que metió la mano al delantal y sacó otro octavo, por guaro no se preocupe joven me dijo colocando una reluciente y virginal botella sobre la mesa.

Minutos después se acercó de nuevo, esta vez traía dos gigantescos tazones llenos de humeante caldo de mariscos, por los bordes salían dos coloradas tenazas de una jaiba igual de gigantesca, flotaban camarones y caracoles, el potaje se adivinaba espeso y delicioso. A la par colocó un salero, un trastecito con limones cortados, uno con cilantro picado y otro con chiltepes destripados. El humo blanco me obligó a acercarme al plato para aspirar el olor. Aspiré profundamente cerrando los ojos; el mar, el mar estaba allí, contenido en ese tazón, toda la fuerza del mar estaba allí sazonada para reparar mis entrañas.

Antes de que empiecen a comer sírvame otro mi trago, dijo la señora suplicante, que esta vez se tomó tres tragos sin respirar. Antes de irse dejó otro octavo en nuestra mesa.

La ceremonia inicia agregando los chiltepes, esparciendo cilantro y rociando de jugo de limón el hirviente caldo, se remueve con la cuchara para que todos los ingredientes se mezclen y se conviertan en ese sabor profundo y sanador. Al revolverlo se escuchó en el fondo del tazón como unos sabrosos jutes rozaban el fondo del recipiente, eso me alegró, el sabor de esos moluscos es en verdad delicioso.

Desde el primer sorbo el brebaje empieza a aliviar la cruda, la frente perlada de sudor, la nariz se aguada y empieza a moquear, tus entrañas agradecidas se relajan y se humedecen para que la laceración no moleste más. Atrapás un camarón, lo destripás con los dientes y sus jugos bañan una lengua que se revuelca gustosa, llena de ese sabor intenso e indescriptible. Inmediatamente después te llevás a la boca un largo trago de guaro que combina muy bien con los sabores marinos que en ese instante están ingresando a tu sistema digestivo.

Dejo para de último la jaiba y el pescado, bebo el caldo y como todo el resto de moluscos. Es un placer infantil sacar los caracoles de su caparazón, cuando por fin lográs sacar esa carne negra y la masticás con las muelas todo el esfuerzo vale la pena. En ese preciso instante suena una rola de Poisón, Every rose has it thorn, ¿Cuándo va a terminar esa música? preguntó la mujer que me acompañaba, entendí su aburrimiento. Fui al mostrador y pedí que me cambiaran un billete de a diez en monedas, coloqué todas en la rockola digital, seleccioné la E-14 la E-18 la F-10 y la F-5, cuando querrás vas a elegir el resto de canciones le dije. Ella se limpió los restos del caldo en las comisuras de la boca y corrió a elegir música. Las que yo elegí iniciaban con Javier Solís y terminaban con Bronco. Ella desde la rockola me mentó la madre con la señal acostumbrada.

Ya el caldo de mariscos había cumplido su cometido, mi cuerpo se sentía vigorizado y en paz, sentía que podía respirar profundo y tranquilo, la cabeza ya no dolía y en la boca el agradable sabor de mariscos se conjugaba con el guaro para hacerme sentir algo parecido a lo que debe ser la felicidad. La mujer que me acompañaba se acercó por detrás de mí y recostó sus gordos y firmes pechos en mi cuello, ¿Ya te sentís mejor? ¿Nos regresamos a la casa y nos metemos a la cama? Me dijo sugerente y erótica, yo la voltee a ver y le di un beso en la mejía. Nel, nos vamos a quedar y vamos a pedir más guaro le dije con firmeza.

Con una mano en alto llamé a la señora y ella feliz corrió a llevarnos más octavos, el que ella se tomaba y los dos que nos dejaría en la mesa, Hoy están chupando dos por uno, nos dijo ya repuesta y de buen humor. Qué bueno que pusieron buena música”concluyó, en la rockola sonaba Con zapatos de tacón, de Bronco.

Lidiar con la cruda es todo un arte, los trucos son diversos, algunos funcionan mejor que otros; pero es innegable que lidiar con la cruda acompañado por un hermoso tazón de caldo de mariscos es tener media jornada ganada, pensando en las estrategias para lidiar con la cruda no me di cuenta cuando la señora se sentó a la par de la mujer que me acompañaba y abrazadas intentaban tararear Sweet Child of mine de Guns and Roses, ¿No que no le gustaba el rock pues?, “es que ese caldo saber que tiene usté, así me pongo todos los lunes cuando hay caldo de mariscos. ¿Me sirve otro plato? Sírvaselo usté  me dijo haciendo cuernos con la mano.

Publicado en Barrancópolis
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